Todos somos simiente del mismo magma, transmutación del viento en la tierra, edificando circunstancias que nos hacen diferentes e interrelacionados; en esas perspectivas hay seres humanos que han signado su viaje por sembrar y cosechar en los imaginarios colectivos vitalidad, memoria y ejemplo; uno de ellos es el Dr. Fernando Rodríguez, médico, marino, académico de innegable prestigio, político de incuestionable vocación de servicio, escritor de oficio y por sobre todo y ante todo ser humano, entendiendo por tal dimensión de quien ama y proyecta ese amor como bandera de vida.
Con avidez leo fragmentos de la vida de Fernando Rodríguez, en su obra cronológica “Antes que llegue el olvido” y he descubierto que su existencia en muchas esquinas está conectada a nuestra vida, porque las luchas que él emprendió, los viajes que realizó y las veces que se jugó por Riobamba y Chimborazo, como en su tiempo lo hiciera su padre Celso Augusto Rodríguez, tienen mucho de nosotros, porque somos coprotagonistas de esas historias, que no son una abstracción lejana sino más bien cuando el polvo carcoma nuestro yo físico, desde estas páginas hablaremos, soñaremos y moriremos contando lo que fuimos y como hemos cambiado por la presencia de esos Caballeros de Luz que no tuvieron miedo de enfrentarse a los dragones de la modernidad.
El autor nos cuenta crónicas breves de Riobamba y sus personajes en el tránsito de dos siglos, de aquellos que por amistad con su padre y por su propio quehacer han sido labriegos en la esperanza, en la cultura y en la educación de una ciudad. Nos da la posibilidad de explorar el amor y la valía de “Pepa” su compañera de viaje y sobre todo la alforja espiritual para que sus sueños hayan sido empinados en una cometa.
El auge petrolero, la dictadura militar, las crisis y los momentos de éxtasis que ha vivido la Patria, son narrados por la pluma un actor del proceso. En la urgencia del siguiente título, trato de entender al yo colectivo y a las circunstancias de su entorno; entonces se que aún no he hecho lo suficiente y que debemos emprender el tránsito por los días de forma tal que los otros, esos seres azules que aún no germinan en el futuro no nos olviden, no nos exilien de su naturaleza y su sabiduría.
Gabriel Cisneros Abedrabbo
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