PEDRO BEDÓN Y PEDRO MERCADO, FIGURAS DE LA LITERATURA ECUATORIANA DE LOS SIGLOS XVI y XVII

Feb 14, 2022 | La casa la hacemos todas y todos | 0 Comentarios

Dr. Daniel Pazmiño G.

JUSTIFICACIÓN

Este ensayo pretende reclamar el sitio de honor que tienen los riobambeños Pedro Bedón y Pedro Mercado en las letras nacionales; ellos integran lo que podría llamarse el Siglo de Oro de la literatura chimboracense, espacio comprendido entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XVII; lugar que no ha sido reclamado por nuestra propia incuria, quizás por la provinciana actitud de egoísmo, en cuyo territorio, por desventura solo vale lo que “yo” pienso, irrespetando la valía de quienes pensaron para el “nosotros” sin anhelos de fama ni fortuna.

El dar a conocer nuestros valores no reside tan solo en el cenáculo del café, peor en el artificio de la alabanza mutua entre mediocridades. Consiste en la búsqueda y difusión de nuestro radical vigor, desde el mismo fondo de la historia donde a veces yacen los nombres de hombres (y seguramente de mujeres) que no buscaron la fama porque no era prioritaria, pero que deben estar porque sus méritos son más que suficientes para ello. Y allí están sepultos, esperando algún lázaro que les diga “levanta”. La difusión debe ser una semilla regada en todos los niveles.

La actual idiosincrasia cultural del Ecuador radica en la polarización regional del mérito. Se lo da, se lo reparte entre Quito, Guayaquil y Cuenca. Y pare de contar. Ciudades y gentes como las de Riobamba, Ibarra, Guaranda, Loja y otras, por más que tengan figuras de significación, representan poco para el interés mediático de los centralizadores de la cultura. Sufrido este fenómeno, es bueno proponerse romperlo.

La politiquería le ha ganado a la cultura. El país y la Riobamba de comienzos del siglo XXI piensan más en las ideologías políticas y del acomodo, que en las del pensamiento puro, la investigación y la ciencia. Aceptan lo de afuera, desdeñan lo propio. Parecería ser un obligado modus vivendi, consecuencia de la globalización y del absorbente criterio de quienes se parten y re-parten los excedentes petroleros que no solo deben servir para levantar edificios, puentes, monumentos, sino para levantar al hombre en sí, artífice y productor de un sentimiento y de una historia.

Confiamos en que este trabajo sume las decisiones de recapturar lo perdido, eso que todos llamamos rescate. Y hacerlo desde las autoridades, desde las aulas, desde las comunidades. Los medios de comunicación juegan un papel en el desarrollo de la cultura. El libro no debe morir, como los hombres y mujeres que lo leen. Una forma de reconocer a estos hombres ilustres puede ser siquiera la designación de calles y/o centros públicos, planteles, instituciones con sus nombres. Duele encontrar parques y vías con nombres tan ajenos, que parecemos desarraigados por nosotros mismos, cuando en nuestro doble discurso afirmamos ser la primicia histórica del país.

PEDRO  BEDÓN  DÍAZ

Nació en Riobamba en el año 1556, de Juana Díaz de Pineda –hermana del primer explorador de nuestro Oriente -y del asturiano Pedro Bedón de Agüero. A los dieciséis años de edad profesó en el convento de los dominicanos de Quito, como sacerdote. A los veinte años fue enviado a Lima para cursar estudios de Teología. Allí hizo amistad con el sacerdote y pintor jesuita italiano Bernardo Bitti, que estuvo en Lima entre los años 1576 y 1585, con cuyas pinturas guardan semejanza las del padre Bedón. El padre José María Vargas en su libro Historia de la Cultura Ecuatoriana (Colección Clásicos Ariel), niega la información de que Bedón tuvo como su maestro a fray Adrián D’Alesio, hijo de un reconocido discípulo  del universal pintor italiano Miguel Ángel. Pedro Bedón perfeccionó durante 13 años de estudio el arte de la pintura, lo que puso en práctica en los templos de Quito. También se capacitó en poesía y oratoria, obteniendo logros importantes, sobre todo como orador sagrado.

En este último campo, se opuso tenazmente a la imposición de las Alcabalas, por lo que en el año l593 fue desterrado por la autoridad de la Real Audiencia de Quito  a Santa Fe (Bogotá), a causa de su postura en favor de los pobres. Este  detalle asegura que –como en todas las épocas -también los curas tenían acceso a la política. Pero, detengámonos en el caso de la llamada Rebelión o Revolución de las Alcabalas:

Las alcabalas consistieron en impuestos sobre los derechos: a caminar, a comprar y vender productos y animales, a contratar servicios civiles y religiosos. La disposición llegó a Quito por medio de una Cédula Real de Felipe II, en el año 1577, cuando Bedón tenía 21 años de edad. El pueblo rechazó la cédula real, los religiosos se alinearon al interés popular, demostrando amplios conocimientos teológico-jurídicos. También el Cabildo de la Ciudad se solidarizó con los pobres. En salvaguarda de la autoridad, la Real Audiencia procuró la venida del General Pedro de Arana, quien vino con la consigna de imponer a la fuerza las alcabalas y empezó a castigar con dureza a los alzados. El Cabildo recurrió a los sacerdotes que entendían de esta legislación, entre ellos el padre Bedón. Se produjo una polémica, puesto que un jesuita y un dominicano justificaron la violenta actuación de Arana, recomendando “sufrir con paciencia la realidad que sobreviniere”. (J. M. Vargas, Historia de la Cultura Ecuatoriana, I Tomo, p.45-46). El padre Bedón, al contrario, hizo previamente un magistral recuento de lo sucedido hasta ese día, luego planteó el problema desde dos aspectos:

1.- La duda sobre la validez moral de la guerra desatada por el General Arana sobre Quito, a pretexto de castigar delincuentes (así fueron calificados los dirigentes de los sublevados);

2.- El medio más idóneo de aplacamiento sería que (Arana) no dispare más en contra de los ciudadanos, “a fin de que el pueblo no se despeñe en sus furias, y también se mitigue la indignación de los jueces para que no haya sangre de por medio”. (Ibíd.)

El padre Bedón fustigó a los sacerdotes que sugirieron aceptar con paciencia la situación, y en los estrados argumentó con sobrados conocimientos su punto de vista y arribó a las siguientes conclusiones:

No fue lícito (por parte de España) enviar gente armada para imponer tan grosera carga tributaria, aunque se dijera que era para mitigar a los que hubieren delinquido;

No se discute lo lícito o ilícito de esta imposición; se sugiere que las alcabalas debían ser impuestas con suavidad y no con violencia (criterio conciliador); y

Si el pueblo acepta las alcabalas pero reacciona ante las armas, los únicos causantes de cualquier situación serán los jueces.

Para plantear estos argumentos hizo acopio de citas: de Santo Tomás de Aquino, del legislador español Domingo Bañes; del Magíster Cayetano Orellana; de los juristas Francisco de Vittoria, italiano; y Domingo Soto, español. Esto es, Bedón asumió la defensa del pueblo con profundos conocimientos y amplia versación.

Extraemos un párrafo de esta pieza oratoria que le valió la gratitud de todos los quiteños (el título es de nuestra cosecha):

Guerra ilícita y ofensiva

“Pregúntase si la guerra ofensiva que el General de Arana hace contra la ciudad de Quito es lícita. Algunos teólogos, siendo informados de que solo se había movido a hacerla por ciertos delitos dignos de castigo, dijeron que era lícita; pero aquí es menester atender a otras circunstancia para dar justa censura, porque aún, decir que por delitos particulares se ha de enviar gente armada, es negocio lícito y para mortalmente el juez que así, atroz y desproporcionadamente quiere castigar a sus súbditos y está obligado a restituir todos los daños y menoscabos que de esto se siguieren…” (“Historia de la Cultura Ecuatoriana”, Fr. José Ma. Vargas, p.46 Clásicos Ariel 81)

BEDÓN PINTOR

En el año 1593 el padre Bedón salió a  Nueva Granada por motivo de las alcabalas. Otros investigadores señalan que fue sancionado con este envío, lo cual fue aceptado por el sacerdote, según las normas de obediencia religiosa.

Inicialmente se estableció en Bogotá, donde distribuyó su actividad entre la enseñanza y la práctica de la pintura. “Muy a principios del provincialato de Fray Pedro Mártir, tuvo esta Provincia y convento del Rosario, la dicha, de que de la (provincia) de Quito viniera el venerable P.M. Fray Pedro Bedón, cuyas firmas se veneran en sus libros como reliquias. En ellos se hallan, como Depositario en estos años, y en el Refectorio en el año 1594, cuya pintura se debe a sus manos. Con ellas manifestó las imágenes de diferentes pensamientos, el gran espíritu y devoción que tenía a los santos. Siendo toda la pintura en las paredes de todo el Refectorio, y habiendo cien años que lo pintó, están hoy tan vivos los colores, que no solo admiran sino que mueven a devoción, porque en todo imprimió la viveza de la que tenía en su corazón. Estuvo también en la ciudad de Tunja, en que pintó algo de su Refectorio, que hasta hoy (año 1956) permanece con gran ostentación y reverencia, rezando todos los días el rosario a coros en su capilla, que empezó a fabricar y en todo resplandece la devoción cordial que tenía a la Virgen Santísima su venerable Fundador”. (Historia de la Provincia de S. Antonio del Nuevo Reino de Granada, etc. Barcelona 1701, Capítulo IX)

El padre Bedón no fue solamente pintor sino que, en el afán de enseñar el arte a sus discípulos, llegó a formular las reglas prácticas que debían ellos observar en la Escuela de Pintura (J. María Vargas, Historia de la Cultura Ecuatoriana, tomo I p. 66).

El insigne sacerdote y pintor riobambeño introdujo, a finales del siglo XVI, la forma de representar a la Virgen del Rosario, con Santo Domingo y San Francisco a sus pies.

En el museo de Santo Domingo (Quito) se conserva un libro coral con viñetas del padre Bedón y la data corresponde al año 1613.

Bedón impuso mayor peso a su vocación de pintor, que a las de escritor, maestro  y orador. Así, en Bogotá pintó los interiores de la casa conventual “siendo la pintura en las paredes de todo el refectorio y habiendo cien años que la pintó (este comentario se produjo en el año 1690 en Colombia), están hoy vivos los colores que no solo admiran sino mueven a devoción, porque en todo imprimió la viveza de la que tenía en el corazón” (Alonso de Zamora, Crónicas de Arte Colonial, p.124, Bogotá).

El padre Vargas expresa: “En la historia del arte colonial tiene que constar el nombre de Bedón con mucha honra, y el estudio de su obra pictórica servirá para establecer el recorrido del arte y para encontrar la razón de su establecimiento en esta tierra, con caracteres propios que se pusieron en notoriedad cuando los pinceles eran manejados por pintores de la talla de los citados ya, Miguel de Santiago y Goríbar, entre otros”. (J.M. Vargas Historia de la Cultura Ecuatoriana, Colección Clásicos Ariel 87).

En la pintura sentaba humildemente las bases para la nueva Escuela, al tiempo que formaba a numerosos jóvenes indios en las artes plásticas

BEDÓN CATEDRÁTICO Y ESCRITOR

En el convento de los dominicanos de Quito, Bedón se desempeñó como catedrático de Filosofía, posteriormente de Teología. En esa ciudad fundó un convento de la Orden dominicana con el nombre de “Nuestra Señora de la Peña, de Francia”, que actualmente (año 2007) se lo reconoce como Recoleta de Santo Domingo.

En su “Historia de la Cultura Ecuatoriana”, el padre José María Vargas expresa: “el gran alentador espiritual del Capítulo Provincial de los dominicanos reunido en Quito en 1598 fue el padre Pedro Bedón quien, para facilitar el cumplimiento de la orden capitular, consiguió licencia para hacer imprimir un libro suyo intitulado “Modo de promulgar el evangelio a los indios de estos reinos, e instrucción para la administración de los sacramentos a los naturales de este nuevo mundo”.

Hernán Rodríguez Castelo señala en la obra “Literatura en la Audiencia de Quito, siglo XVII” (p.29): “A comienzos del siglo, el Cabildo concedió a fray Pedro Bedón, prior de la Recoleta de Santo Domingo, veinte pies de tierra para que edificase la iglesia”. Acaso estos detalles revelan el valor misionero de su vida.

Mediante cédula real del l3 de septiembre de 1555, el Rey declara al Colegio de San Andrés como un “Colegio de Patronato Real”, para que goce de la ayuda económica que exija su vigencia. En el año 1570, la Real Audiencia de Quito crea en dicho colegio la cátedra de Quichua a cargo de los padres dominicos. El padre Vargas expresa que “la enseñanza estuvo desempeñada por los padres Hilario Pacheco, Pedro Bedón y Domingo de Santa María en su orden.

Como catedrático, Bedón manifestó su anhelo de educar a los jóvenes, sobre todo en las artes de la Filosofía, la Retórica y el Latín. Así mismo, nuestro coterráneo pidió en el año l598 al Rey Felipe II “que se establezca la universidad en Quito… que es una ciudad que está ennobleciéndose en edificios y en multitud de gente”. El pedido será satisfecho, a la postre, aunque los historiadores no subrayan el dato.

Nuestro autor escribió el libro l27 con la nómina de cofrades españoles y naturales de la Cofradía del Rosario, que consta en el archivo dominicano de Quito. Este libro contiene también las actas de sesiones de “Los Veinticuatro” y las datas de ingresos y egresos de la Cofradía. Posiblemente se refiere a los veinticuatro dominicanos que integraban la comunidad religiosa  de Quito en l588.

Pedro Bedón falleció en Quito en el año 1626. “El Venerable Maestro fray Pedro Bedón O.P., su vida y sus escritos”, es el libro que debe existir en la biblioteca de Santo Domingo, editado en Quito en el año 1935. Diremos que el biógrafo de Pedro Bedón es fray José María Vargas, de la Orden Dominicana. Esta publicación le abrió las puertas de la Academia Nacional de Historia. Cuando en el año 1955 escribió “Los maestros del arte ecuatoriano” incluyó valiosos datos de Miguel de Santiago, Joaquín Pinto, Bernardo Rodríguez, Manuel Samaniego y, naturalmente, Pedro Bedón Díaz, nuestro personaje. Igualmente, publicó el libro “Biografía de fray Pedro Bedón, O.P.”, que apareció 30 años después, o sea en el año 1965.

PEDRO  MERCADO

El misionero, padre Juan Manuel Pacheco, manifiesta en el prólogo de la Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús: “es extraño que nuestros críticos literarios ignoren casi completamente al padre Pedro de Mercado, uno de nuestros más fecundos escritores de la segunda mitad del siglo XVII”.

Lamentablemente, este es un hecho real. Nosotros hemos podido encontrar significativas referencias que comprueban la valía cultural de esta figura que “es uno de los escritores más constantes del siglo XVII”, según Hernán Rodríguez (Historia de la Literatura-Audiencia de Quito, siglo XVII”) y nos complace entregarlas a nuestros lectores:

Pedro Mercado nació en Riobamba en el año 1620, en febrero de 1636 ingresó a la Compañía de Jesús en Quito. Demostró ser poseedor de una gran cultura, gracias a sus estudios realizados en el Seminario San Luis de Quito. Además de haberse dedicado a la predicación desempeñó importantes cargos en el vecino país de Colombia: párroco del Colegio Real de Minas en Santa Ana, Tolima, fue residente del colegio de Popayán, en 1659 rector del colegio de Honda, desde 1667 rector y maestro de novicios en Tunja, para el año 1684, rector del convento de Sta. Fe, en 1687 rector del Colegio Máximo y de la Universidad Javeriana de Bogotá. Fue también Viceprovincial de la Comunidad Jesuita para las zonas de Colombia y Ecuador. Realizó comentarios y proporcionó detalles acerca del funcionamiento de la Universidad de San Gregorio.

Rodríguez Castelo selecciona con esmero algunos títulos del padre Mercado, gracias a cuya acción ha podido ser conocida la valiosa obra de este escritor.

El padre Pablo Herrera dice que “su producción está a la vista, escrita con maestría y calidad, con derroche de ternura, y los temas son pintados con vivos colores poéticos, son temas de nuestro paisaje andino, como también de la amazonía. Mercado fue un poeta y un erudito que se preocupó de escribir sobre aspectos filosóficos, religiosos, morales, históricos y sociológicos

Las principales obras de este ilustre riobambeño son:

Destrucción del Ídolo, ¿qué dirán?”, publicada en Madrid en el año 1655. Entre las traducciones de esta obra se destacan “Distruttione dell’Idolo, che dir”, Venecia, año 1670; edición en latín con el título “Exidium idoli quid decent hommes” en Viena en el año 1679.

Método de obrar con Espíritu”, Madrid 1655, segunda edición Madrid 1662;

. “Palabras de la Virgen María Nuestra Señora, sacadas del Sagrado Evangelio”, Madrid 1660; segunda edición Madrid 1661;

. “Ocupaciones santas de la Cuaresma”, Madrid 1667,

. “El cristiano virtuoso con los afectos de todas las virtudes que se hallan en santidad”, Madrid 1673;

. “Práctica de los ministerios eclesiásticos”, Sevilla (España) 1676;

“Conversación del pecador con Christo, a imitación de algunos pecadores que

hablaron con Su Divina Majestad en esta vida mortal”, Valencia 1680

“Officium manuale spirituale” Sevilla 1680

“Instrvcción para hacer con espíritu los oficios corporales de la religión”, Valencia 1680

.  “Memorial de siete dolores de María Santísima”, Valencia 1680

.  “Rosal Ameno y Devoto”, Valencia (España) 1680 con numerosas reimpresiones con el título de “Modo de rezar la corona de la Virgen”, también destaca una reimpresión en Puebla (España) 1819,

.  “Recetas de espiritv para enfermos del cvuerpo”, Sevilla 1681

.  “Ephemérides spiritualis”, Sevilla 1683

.  “ Dei hominis in mundus adventus”, Sevilla 1683

.  “Baccanalia spiritualia”, Sevilla 1683

.  “Trabajos de la Santísima Virgen María, Madre de Jesús y Señora

Nuestra,  y obras espirituales”,  Cádiz 1684

.  “Contractos de Dios con el hombre, Cádiz 1688

.  “Insignias de la Pasión de Jesús”, Cádiz 1688

.  “Libro vnico de algunas excelencias de la Santíssima Trinidad”, Cádiz 1689

.  “Horas Mariales”, Cádiz 1691

.  “Psalmos del Seráfico Doctor San Buenaventura”, Cádiz 1691

.  “Libro de cventas que ha de tener el alma con su Dios”. Cádiz 1691

.  “Kalendario para solicitar con los Santos buena mverte”, (sin año de publicación)

.  “Jacula in adversam mortem”, Cádiz 1692

.  “Pharmaca spiritualia”, Cádiz 1693

.  “Comunicación del alma con su Dios trino y Uno”, Cádiz 1693

.  “Exercicios de la Semana Santa”, (sin datos)

.  “Obras espirituales: “Numerales meritorios de gracias”, “Metamorfosis provechoso a las almas”, “Galateo espiritual, cortesano a lo virtuoso”o Vida de Damiano Barrolo, “Dechado para mujeres (sacado de la historia de Ruth)”

Esta última obra fue publicada en Ámsterdam (Holanda) en el año 1669, contiene cuatro Tratados, posteriormente fue traducida a varios idiomas. El historiador y crítico literario español don Cejador y Franca hace un elogio de nuestro compatriota en su “Historia de la Literatura”. En 1957 la Biblioteca de la Presidencia de Colombia publicó los cuatro volúmenes de la obra “Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito y de la Compañía de Jesús”, dedicada por el autor “al Príncipe de la milicia del cielo, que tiene a su cuidado la provincia de la Compañía del Nuevo Reino y Quito”. (Biblioteca de la Presidencia de Colombia, números 35-38, año 1957).

“El Cristiano Virtuoso”, publicado en Madrid en 1673 hace referencia a la fraternal amistad que le unió con otro estudioso de las letras, el padre Hernando de la Cruz. Mientras estuvo en los estudios de teología y filosofía en el Colegio S. Luis de Quito, afirmó “tuve la dicha de conocer al venerable Hermano Hernando de la Cruz, y alcanzarlo vivo más de ocho años.”.

La mayor parte de sus escritos fue publicada en España, aunque no ha sido difundida suficientemente. Sin embargo, los historiadores que han conocido siquiera una parte de los 31 tomos, argumentan que “Mercado tiene renombre por la capacidad puesta en sus creaciones, utilizando un lenguaje discursivo, adornado de tropos y descripciones acerca de la naturaleza viva: ríos, montañas, cordilleras….” (Ermel Aguirre,  Literatura Ecuatoriana e Hispanoamericana, año 2007, p.21)

De los cuatro volúmenes de la “Historia de la Provincia…” el tercero y el cuarto están consagrados a la historia de la Compañía de Jesús en la provincia de Quito. “Los manuscritos de estos libros fueron llevados a España por el padre Juan Segovia, y se extraviaron. Hallados finalmente, tampoco se publicaron, sin que sepamos el por qué. Tendríamos que esperar el año 1957 para que la importante obra circulase, en la edición de la Biblioteca de la Presidencia de Colombia, por estos pueblos cuya historia escribiera el jesuita riobambeño” , sostiene Rodríguez Castelo.

Otros afirman que dichos libros más bien parecen una crónica de la provincia jesuítica en el nuevo continente americano. “Para escribirla echó mano de las Cartas Annuas y de datos de experiencia personal. Convivió con las personas cuya biografía trazó con afán panegirista… la obra de Mercado es una fuente imprescindible para la Historia del Ecuador”, dice José María Vargas. Añade que “escribió una Historia de la Audiencia de Quito, que fue publicada por la biblioteca de la Presidencia de Colombia en los tomos I al IV, recién en el año 1957.” (Colección Clásicos Ariel No.87, p.132). Esto es, una ratificación de lo investigado por Rodríguez, quien comenta el hecho con pesadumbre: “Apenas hace falta decir que en nuestro país esa circulación ha sido casi absolutamente nula: el libro sigue siendo, hasta para gentes que por oficio debieran estudiarlo (y para bibliotecas), poco menos que desconocido”. (“Literatura en la Audiencia de Quito, siglo XVII”, p.p.201-203)

CLASIFICACIÓN DE LA OBRA

El padre Mercado que, como ratificamos, cumplió gran parte de su ministerio sacerdotal en la Provincia del Nuevo Reino, actual Colombia, dividió su primera obra en dos grandes partes: al norte (Colombia) dedicó ocho libros, y a Quito, siete. Rodríguez expresa “los libros dedicados a Colombia tratan de los colegios de Santa Fe, Cartagena, Tunja, Mérida, Pamplona, Mompox, Honda y, el octavo, sobre las misiones de Los Llanos. Los libros quiteños se dedican: el primero a Quito, el segundo al colegio de Panamá (¿?), el tercero al colegio de Cuenca, el cuarto al colegio de Popayán, el quinto al colegio de Latacunga, y los dos restantes a las misiones del Marañón, según lo hemos visto ya en su propio lugar”

El libro es, más que historia completa, una crónica y relación rigurosa y crítica, que fuera  escrita por persona que estuvo tan cerca de muchos acontecimientos y manejó documentación de primera mano, en especial las Cartas Annuas y las Cartas Necrológicas.  Tiene innegable valor histórico: pasajes como el arribo de los jesuitas a Quito y su establecimiento; la recepción del Seminario San Luis, grados y títulos, el terremoto de 1660, los carismas de Mariana de Jesús, son piezas interesantísimas para rehacer la historia del siglo XVII de las ciudades de la Audiencia, principalmente Riobamba y la capital, Quito.

Cuando personas de criterio democrático administran la Casa de la Cultura o las dependencias oficiales de la Cultura Nacional, debieran preocuparse de editar la obra “Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Qvito de la Compañía de Jesús”. Entonces apreciaríamos más valores literarios de la Colonia, que fueron y seguirán siendo el orgullo cultural de Riobamba y la Patria.

Del libro en mención extraemos una significativa descripción de la Quito de la época:

QUITO ES AUSTRAL

“La nobilísima ciudad de Quito es austral y, aunque está debajo del equinoccio no molesta con calores a sus vecinos porque por accidentes de aires y páramos es frío su temple. Está en trescientos y dos grados de longitud y poco más de uno de latitud. Su fundación se hizo entre cuatro montes que por todas partes le rodean; mira el uno al Oriente; hace espaldas el otro al Ocaso, y los dos se comparten al Septentrión y al Mediodía. Sobre las faldas del monte más eminente que tiene el nombre de Pichincha, tiene espaciosa acogida y descansa en brazos de los otros dos que le hacen lados. En esta ciudad, una de las más populosas del Perú, hermosa en edificios, noble en linajes, rica en haberes, abastecida  con mucha copia de mantenimiento de pan y carnes, regalada con muchos géneros de frutas que las más las traen de fuera y las meten en la ciudad por el interés de la venta. Ilústrase con una Audiencia Real compuesta de un presidente de garnacha y de los oidores suficientes para la administración de la justicia. Autorízase en lo eclesiástico con un señor obispo a quien acompañan dignidades y canónigos; y si todos estos alcanzan prebendas por merced del Rey, también hay dos que consiguen sus canonjías por oposición de letras. Porque entre la abundancia de mantenimientos corporales que hay en esta ciudad, no hay carestía de los espirituales. (“Historia de la Provincia…”, p.7)

LOS INDIOS, EL DUENDE

En la misma publicación, Mercado hace una descripción sugestiva y clara sobre las habilidades de los indios quiteños: “Apenas hay en esta república, oficio mecánico a que ellos no se hayan aplicado, haciéndolos todos con primor; lo que más admira es el que tienen en hacer algunas imágenes pequeñas de escultura.”

Y cuando se refiere al Quichua manifiesta: “el servicio de las casas de las señoras es de indias, y por eso todos los hijos de los caballeros y de los otros españoles saben hablar la lengua del Inga, que es común y general en todo el Reino del Perú. De esto se sigue una grande utilidad, y es que los que nacen en la ciudad de este Reino, si llegan a ser sacerdotes (a)doctrinan, predican y confiesan a los indios en su propio idioma”.

Introduce, además, un lenguaje didáctico aleccionador, pretendiendo quizás, con el cuento, matizar el interés de los fieles a su expresión, lo que convierte al conventual Quito en un nido de tertulias y chismes piadosos que por lo general se contaban (y ya no son contados, desgraciadamente) de sobremesa. Extraigamos de la misma obra, una corta narración que deja en Mercado la estirpe de un atinado narrador:

“Dos mujeres virtuosas y pobres vivían en su casa tan acosadas de un duende, que no sabían ya qué hacer(se) ni de qué modo ampararse para verse libres de las repetidas vejaciones con que este enemigo las asaltaba: quitábales la ropa que vestían, mataba las aves que criaban, colgaba las muertas por los alares de la casa…”

Más o menos así podría comenzar una tertulia después del cafecito de la tarde, un abuelo que desea mostrar su habilidad narrativa cambiando los tonos de voz, gesticulando, haciendo pausas con un lenguaje que, siendo elegante, era inteligible y seguro en su curso. Es que hoy, ajenos a la mencionada escena que rescata nuestra esencia histórica y fabulesca, cenamos (cuando es posible) y nos dejamos atrapar por el mecánico desfilar de imágenes  robóticas y frías que trae la televisión, generalmente para excitar nuestra alienación o para desinformarnos. Esto debe ser meditado con profunda seriedad.

Del indicado libro obtenemos capítulos enteros que no son sino una sucesión de cuentecitos espirituales acerca de milagros, ejemplos edificantes o temerosos:

“Lo que le sucedió a una mujer a quien se le negó la absolución”,

. “Muere impenitente una infeliz mujer”

. “Sucesos de una india divorciada y de un hombre amancebado”,

. “Caso raro de una mujer que resucitó en Quito”,

. “Castigo de un testimonio falso”

Estos titulares constituyen –entre otros- la flor y nata narrativa de nuestro coterráneo.

Rodríguez Castelo comenta el estilo del padre Mercado, indicando: “El cuidado que pone en evitar repeticiones próximas de palabras, se convierte en factor de riqueza y elegancia léxica. Cuando se trata de descripciones de alguna importancia, por necesidad de rigor, el léxico se enriquece. Así en la pintura descriptiva de la iglesia de La Compañía. Pero ello no es lo ordinario. Más bien diríase que Mercado rehuye cualquier exceso léxico –y estilístico en general- porque podría restar fluidez al tono coloquial con que va hilvanando casos y perturbaría ese clima sencillo y devoto que es lo que el escritor procura por encima de todo.  Empeñado en lograr esa fluidez casi coloquial y ese clima devoto, Mercado tiene exquisito cuidado del cursus. Sin extenderse en exceso periódico ninguno, la cláusula del jesuita es amplia, bien pautada. Hecha como para leerse en voz alta, para narrarse con afecto.  Casi está dicho ya, con qué parquedad utiliza Mercado otros recursos estilísticos, además del movimiento de cada cláusula, el uso de frases cortas y largas, todas bien cortadas, justas. Así la metáfora –moda que llega arrolladora y deslumbrante-, aunque en nuestro cronista sea incipiente:

“Del Colegio de Quito salió el padre Rafael Ferrer y se partió a tierra de gentiles, sesenta leguas distante, para ser médico de sus almas, poniéndoles en los ojos el colirio de la fe católica”.

Según Rodríguez y, concordando con su opinión, identificamos la existencia de una doble metáfora: “médico de sus almas”, y “colirio de la fe católica”. Así y todo, el padre Pedro Mercado pone todo su arte al servicio del narrar. Para ello utiliza el recurso del instrumental lingüístico y estilístico, del que es un muy hábil poseedor.

De su proficua narrativa, trasladamos el cuento denominado

Castigo de un testimonio falso

Una mujer, desatinándose con la pasión loca de los celos, levantó un testimonio a otra mujer que los ocasionaba. Dijo de ella que trataba de encantos y hechizos valiéndose de una culebra para la consecución de sus deseos. No se puede creer fácilmente el desasosiego que causó este deshonor a la persona ofendida; quejábase a Dios y pedía satisfacción de su agravio, siendo así que fuera mejor el pedir perdón para la ofensora y el remitirle la ofensa. Obstinada en su falso testimonio la celosa mujer de nada trataba menos que desdecirse y por imposibilitarse más a la restitución, se ausentó de aquellos a quienes había dado la falsa noticia y se fue al campo. En él la cogió la Divina Justicia haciendo que se le baldasen los miembros de su cuerpo más fuertemente que si los hubieran atado con unos cordeles, y de más a más súbitamente le trabó la mala lengua, que fue el instrumento con que agravió a su prójimo. Algunas personas a quienes constaba de su delito procuraron persuadirla a que siquiera por señas de los dedos se desdijese, ya que no podía con el movimiento de la lengua; mas, en oyendo nombrar a la que juzgaba su enemiga que le había hurtado su galán, se enfurecía rabiosamente, siendo así que cuando de verdad se lo hubiese robado, debía estar contenta y agradecida por haberle quitado del lado la mala compañía del hombre que la llevaba al infierno.”

“Después de algunos días la llevaron a la ciudad de Quito, adonde trataron del bien de su alma algunas personas procurando persuadirla que se doliese de sus culpas y se confesase siquiera con señas; pero ella con ademanes del rostro y ceños del semblante daba bien a entender lo mal que le parecían estas tan buenas pláticas, y lo peor es que esta pertinacia y obstinación le duró hasta el fin de la vida. Pusiéronle en la mano la imagen de un santo crucifijo, para ver si en ella se enternecía y ablandaba su dureza, pero ella se mostró tan temeraria, que arrojó la imagen en el suelo, y luego que su alma infeliz salió del cuerpo, se llevaron los demonios como a consorte suya, a los fuegos del infierno”.

El estilo de esta bella narración es simple y concreto; un estilo “sustantivo”, se diría. Cuenta con adjetivos sencillos, que dan la pauta general del hilo narrativo que quiere imponer el autor: pasión locafalso testimonio, celosa mujer, santo crucifijo, es decir lo que actualmente denominamos las “palabras-testigo”.

Pedro Mercado fija en su obra escrita, una ya larga tradición de “ejemplos” como algo didáctico, Los ejemplos arriba expresados, son parecidos a las parábolas del Nuevo Testamento, utilizadas para atraer al pueblo a novenarios, triduos y otros ejercicios piadosos. Además, hay que saber contarlos. Mercado supo hacerlo con maestría. Los sacerdotes que tenían esta habilidad preferían utilizarla en formar las conciencias de la gente, antes que utilizar los sermones, los rezos y otras devociones…

Alguna vez el propio padre Mercado relievó la utilidad de los ejemplos que se cuentan “de noche”, es decir en la sobremesa de la cena. (En el siglo XX y en el XXI, la situación ha cambiado: no hay cena, consecuentemente no hay sobremesa ni el narrar abuelesco de los cuentos de locas viudas, muertos aparecidos y desaparecidos, ante la espeluznada y urinaria porfía de niños y adultos por escucharlos.)

El padre Alonso de Rojas (“Historia de la Provincia….”) dice a propósito de esta capacidad de contar del padre Mercado: “Dotóle Nuestro Señor de especial talento para contar ejemplos de noche, y ejercitábalo con tal fervor, que sus oyentes a veces hacían (de inmediato) actos de contricción.”

Ingresemos a la capacidad hagiográfica de Pedro de Mercado, tomando en cuenta que la Hagiografía es la condición de alguien que escribe las vidas de los santos. En las pequeñas biografías con que Mercado cierra cada uno de sus libros, aunque aporta datos históricos y algunos de primera mano, más le interesa lo interior. Y como en todas sus obras, sorprende y pondera las devociones, penitencias, favores y las misteriosas coincidencias. As{i, cuando Mercado narra los funerales que le hicieron al padre Rojas, dice: “Hizo el oficio general con su comunidad, el muy  reverendo Padre Prior de Santo Domingo, y quizá no sin misterio por la devoción con que el difunto había rezado cada día tres veces el rosario, que promulgó el gloriosísimo patriarca de predicadores, Santo Domingo”.

Cuando escribe la vida del padre Juan Pedro Severino, compañero de Mercado, se refiere a su capacidad de transmisión imaginaria o desdoblamiento. Dice en forma textual:

“En la oración parece que a veces tenía éxtasis y raptos. El doctor Juan Sánchez, de Quito, contó a los nuestros (jesuitas) que, siendo el padre Juan Pedro rector del Colegio de Quito, fue a su aposento (al del padre Severino), tocó la puerta y, viendo que no le respondía, entró y no vio al padre, aunque estaban allí el sombrero y el bonete, indicios de que no había salido fuera. Buscólo en el retrete de su cancel y, no hallándole, determinó volverse, pero al salir de él dio con la cabeza en los pies del padre Juan Pedro Severino, que estaba elevado en el aire, con suave y profundo rapto”.

El padre Mercado da a sus biografiados la dimensión de héroes cristianos, elevándose más allá del simple instrumento del relato que testimonia lingüísticamente el respeto y la admiración que guarda para con esas figuras. Para cumplir este objetivo acude a numerosos recursos que, sin turbar el tono general devoto y sosegado, impongan solemnidad y grandeza

Pero, más allá de las historias y sucesos, de consejas y milagros, de los casos y vidas que cuenta Mercado, en su obra ha plasmado lingüísticamente una imagen de su tiempo. Lingüísticamente quiere decir que no se queda solo en lo que narra –el significado- sino en el lenguaje mismo en que lo narra – el significante -.

La magistralidad de Mercado se nota cuando narra historias y milagrerías que fueron de su gusto, en las que no se detiene en asombrosas ideas y frases.

Como ejemplo final transcribimos su observación a las costumbres matrimoniales de los indígenas o nativos de la zona oriental del Pará (Brasil, cuando lindaba con Ecuador):

De los matrimonios entre estas naciones que contiene el Gran Pará o Marañón

“Todo era torpeza entre estos indios, lujuria era todo. No se hallaba matrimonio indisoluble entre estas naciones, porque no lo había. Los varones se apartaban de las que habían recibido por mujeres cuando se les antojaba casarse con otras. Las mujeres repudiaban a los maridos cuando las maltrataban y, dejándolos se casaban con otros porque las trataban bien, cuando celebraban algunas fiestas trocaban los unos las mujeres con los otros.

En algunas ocasiones hacían lance en las mujeres ajenas y, quitándolas contra la voluntad de sus dueños, se casaban con ellas. Comúnmente había gran felicidad en romper el contrato, con que parece que no había sido verdadero, y así se apartaban cuando querían.

Hallábanse mujeres que habían mudado muchos maridos estando todos vivos. Varones había, que remudaban mujeres, sin aguardar a que (sus maridos) muriesen…”

Este insigne escritor y sacerdote riobambeño murió el 11 de julio del año 1701 en Bogotá, Colombia.

Finalizamos anotando la contundente expresión de Rodríguez Castelo, (“Literatura de la Audiencia de Quito en el siglo XVII”): “Dar gusto. Buenas razones. Exquisitos ejemplos. Símiles apropositados. Mercado tiene su lugar propio y asegurado en la literatura quiteña del XVII, sobre todo por aquello de que se lo lee con grande gusto y por los “exquisitos exemplos”.

Quizás puede ser un desafío el que busquemos su obra y la difundamos para que todo ecuatoriano y, principalmente todo riobambeño sienta que Mercado es un valor… pero  en el registro de los olvidados.

CONCLUSIONES

Esta investigación es parte de un trabajo más amplio, que recoge dos grandes capítulos: el de la Literatura Kichwa provincial, que no debe ser mencionada como pre-Colonial porque es una expresión vigente de nuestra lengua materna; y el capítulo que recoge la obra de los escritores más conocidos desde la época de la Colonia hasta mediados del siglo XX. Es un trabajo que podría sentar las bases para un estudio más amplio y detallado sobre la Literatura Chimboracense.  De él hemos extraído los datos de Pedro Bedón y Pedro Mercado.

En el afán de establecer un eje de intelectos, diríamos que entre los siglos XVI, XVII y XVIII brillan tres Pedros en la aureola cultural de Riobamba: Pedro Bedón (1556-1626), Pedro Mercado (1620-1701) y Pedro Vicente Maldonado (1704-1748). Ellos fueron reconocidos en el ámbito internacional: Colombia, Italia, España, Francia, Inglaterra. Justo es que les ofrezcamos nuestra pleitesía de riobambeños y ecuatorianos.

Es obvio que este ensayo tenga vacíos, los que deben ser llenados por voluntarios de la investigación. Esa sería la tarea inmediata en la que deben inmiscuirse los jóvenes contaminados de un sano riobambeñismo, para encontrar nombres y obras de otros protagonistas de nuestra cultura provincial.

Bibliografía

AGUIRRE, Ermel, “Literatura Ecuatoriana e Hispanoamericana”, Guayaquil, 2001;

BIBLIOTECA, Presidencia de Colombia, “Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Cía de Jesús”, 1957;

COMUNIDAD Dominicana, “La Provincia de S.Antonio  del Nuevo Reino de Granada”, Barcelona, 1701;

RODRÍGUEZ Castelo, Hernán, “Literatura en la Audiencia de Quito en el siglo XVII”, edición Banco Central del Ecuador, 1980

VARGAS,  José María, “Historia de la Cultura Ecuatoriana”, tomos I, II y III, Clásicos Ariel 81,83 y 87, Ediciones Rivas Mariscal, Quito, 1980;

ZAMORA, Alonso, “Crónica del Arte Colonial”, Bogotá 1956.

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